Cuando me inicié hace unos quince años en la práctica del yoga, no me percaté de todo lo que podía traer a mi vida, tanto física como mentalmente.
Después de un tiempo en dicha práctica, mi profesora de yoga se jubiló y me ofrecieron dar las clases. Pensaba que no sería fácil, por mucha elasticidad que había logrado. La sugerencia me la hizo una abuelita de 89 años llamada Asunción, que era toda una inspiración para mí; fue ella quien me animó. Además, la disciplina inculcada por mis padres, el equilibrio que necesita cualquier ingeniero siendo mujer hoy en día y mi inquietud, se sumaron a la aventura de estudiar y prepararme para ser profesora de yoga.
En este camino entendí que aunque las modas pasan, el yoga prevalece y el hatha yoga (el que yo practico) es el que mejor se ha adaptado en Occidente, siendo las asanas (posturas) su aspecto más conocido y utilizado. Pero el yoga no solo se limita a las asanas. Estas son un aspecto más: son la puerta de acceso a un mundo interior, a la meditación.
La mayor parte de los practicantes (me incluyo) creen y se conforman con los efectos terapéuticos y preventivos de las técnicas: relajarse, dormir mejor, pensar más claro, disfrutar de mejor salud, sentir bienestar y lograr un equilibrio psicofísico. Pocos son los que se acercan al yoga motivados por recorrer un camino que les conducirá a la realización interior.
Antiguamente la práctica era dirigida a adultos con inquietudes espirituales. Hoy en día el yoga lo practican personas de todas las edades e incluso se utiliza como complemento de otras disciplinas. Si bien es verdad que existen escuelas que tienen su propia manera de enfocar la asana, han resurgido gran cantidad de estilos de yoga.
Una de las cosas que más me llamó la atención durante mi investigación, fue el libro tradicional traducido del sánscrito Yoga Sutra de Patanjali, donde se explican las bases éticas que todos los yoguis debemos saber: yama y niyama. Estas bases contienen actitudes esenciales para la ejecución de las asanas, para lograr al final de la clase un estado mental que te permita adentrarte en el pranayama (control de respiración como puente entre lo físico, lo emocional y lo mental). Me resultó interesante conocer que entre los yamas teníamos, Ainsa: la no violencia de la palabra, pensamiento y acción, Satia: la honestidad con los demás y con nosotros, Asteya: no apropiarse de cosas que no sean tuyas, Vramasaharia: contenerse, Apariograja: la generosidad. Esto es principalmente para los yoguis (o instructores), ya que el estado mental debe ser el más limpio posible para impartir clases.
La ética de los Yoga Sutra me hizo entender que la misma debe venir de adentro, que a veces no tomamos tiempo para sentir y revisar. Que nuestra mente es parte de este mundo que cambia y para ver lo que pasa hay que aprender a aquietarla y no ver a través del color de ella. Que debemos estar conscientes, que la vida es un cambio continuo y que hay que enfrentarlo porque el sufrimiento es inherente. Que estamos en una sociedad intoxicada y debemos tener paciencia con nosotros mismos.
Solo la práctica hace que puedas adentrarte y comprender estos principios básicos, necesarios al realizar la asana: lentitud, inmovilidad durante largo tiempo y sin esfuerzo, relajación, dominio de la respiración y concentración.
La relajación como experiencia de abandono, de soltar y dejarse ir, está presente constantemente durante el transcurso de la sesión: al inicio de la sesión, en la toma de la postura, durante la postura, entre posturas, al final de la sesión, antes del pranayama.
Para finalizar la sesión hay unos minutos, para integrar los efectos y disfrutar. Sin la aplicación de estos principios la práctica del yoga sería una mera gimnasia y nuestro cuerpo un simple instrumento. Al contrario, en yoga, nuestro cuerpo deviene de consciencia, energía, sensibilidad e inteligencia.
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